Abandonamos la costa adriática para dirigirnos hacia el interior, donde nos esperan gareadas varias (estábamos deseosos). Si alguien dice que por haber estado en Croacia, ha estado en los Balcanes, es porque no se ha enterado de nada. Croacia o Eslovenia no son los Balcanes, de la misma manera que la Riviera Maya no es México o Liechtenstein no es Europa. En el momento en que abandonas la opulenta Croacia y haces kilómetros hacia el interior entras en Bosnia-Herzegovina, un país real, de gente real de expresión apesadumbrada, como si arrastrase una pesada carga. El jaleo cultural que tienen no ayuda... (los restos de la guerra se ven aún por todas partes). La región de Herzegovina es predominantemente musulmana y Mostar, la capital, parece una ciudad otomana traída del siglo XIX. Pero no nos engañemos... allá donde en su momento hubo una iglesia católica cerca de alguna mezquita o una sinagoga judía, hubo hostias como panes, y el problema es que (como en el resto de Bosnia) todo está mezclado en Herzegovina.
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